Desayunamos en el elegante y siempre concurrido Café Central, rodeados de columnas, techos altos y el rumor de conversaciones en varios idiomas. Con el cuerpo y el alma reconfortados, comenzamos un día repleto de exploraciones.
Después, recorrimos las Galerías Ferstel, un pasaje cubierto con tiendas refinadas y una arquitectura encantadora, y pasamos por la iglesia Schottenkirche, con su mezcla de estilos barroco y románico. Desde allí nos dirigimos al Rathaus, donde estaban armando una gran feria navideña con luces, estructuras de madera y aroma a canela en el aire.
A pocas cuadras, nos impresionó la iglesia Votiva, neogótica, majestuosa y con vitrales imponentes. Seguimos caminando por la zona de Strudlhofstiege, una escalinata decorativa con fuentes y vegetación, ideal para fotos y descanso. Intentamos visitar el Museo Liechtenstein, pero lamentablemente estaba cerrado.
En el camino pasamos por el Servitenkirche, y vimos varias Stolpersteine, esas pequeñas placas doradas incrustadas en el suelo que recuerdan a víctimas del nazismo. También bordeamos la Rossauer Kaserne, un edificio militar imponente, y volvimos a ver la Ringturm desde otro ángulo. Ya de regreso en el centro, visitamos la Biblioteca Nacional, un templo del saber decorado con frescos, madera y una atmósfera solemne. Más tarde hicimos una breve parada frente a la Ópera de Viena, uno de los íconos culturales de la ciudad.
Para cerrar el día, hicimos una visita guiada al Museo de Historia del Arte (Kunsthistorisches), una joya tanto por sus colecciones como por su arquitectura. Quedamos especialmente impresionados con las pinturas flamencas y la sala egipcia.
Cenamos en el Café Landtmann, un clásico con aire aristocrático, ideal para comentar todo lo vivido hasta ese momento.